06 febrero 2024

Sant Pere Pescador

‒¿Dónde está papá? ‒ preguntó la niña mientras masticaba una galleta.

‒Hablando con esa señora ‒ respondió la hermana mayor.

El horizonte era una fina línea oscura sobre un mar plateado y el sol se ponía tras la duna, tiñendo el cielo de brochazos rosas y naranjas. Había caído la brisa y el mar estaba como un plato. Hacía solo un rato habían estado jugando en la orilla a revolcarse en las olas, muertas de risa; el bañador se les había llenado de arena, y tenían el pelo ensortijado por el salitre. El padre, un hombre alto y corpulento de pelo cano a pesar de su juventud, les había ordenado que salieran del agua y les había dado la merienda: galletas maría con onzas de chocolate y un resto de agua tibia de las cantimploras. Comieron envueltas en las toallas, húmedas tras todo el día de playa, tiritando, pegadas entre ellas como tres monitos. La más pequeña tenía cuatro años, la mediana, ocho, y la mayor, nueve. Cuando acabaron de merendar, las niñas empezaron a vestirse: la mayor ayudó a la más pequeña y la mediana se vistió sola. El padre, sin decir nada, se había dirigido hacia una mujer que había en la playa, no muy lejos.

Sabía que no debía hacerlo, pero quería saber qué estaba pasando, así que, aun temiendo que su padre se enfadara, decidió jugársela y fue hacia ellos. Sus hermanas pequeñas la siguieron, trotando por la arena. El padre hablaba animado con la joven. Tenía la piel bronceada como el chocolate con leche, melena lisa de color castaño, cara ovalada de pómulos rellenos, ojos almendrados y una amplia sonrisa. Llevaba unos aros dorados colgados en las orejas y una fina pulsera dorada en el tobillo. La niña notó que el corazón le palpitaba con fuerza; no sabía qué significaba exactamente todo aquello, pero la ponía nerviosa. El padre propuso a la mujer que salieran a cenar. «Como amigos», le dijo. La niña oyó las palabras de su padre y sintió un vacío en el estómago, como cuando caía desde lo alto del columpio. El corazón le saltaba en la garganta. La joven rechazó la invitación diciendo que ya estaba comprometida. Tras despedirse de ella, el hombre y las tres niñas iban a darse la vuelta para volver a su campamento de playa cuando ella dijo: «Lo que sí… Me podrías acercar a Sant Pere Pescador». Él asintió con simpatía. Mientras acababan de recoger sus cosas, ella se les acercó y todos juntos se dirigieron, caminando por la playa, hasta el aparcamiento donde estaba el coche, un SEAT 132 azul plateado. La mujer se sentó en el asiento del copiloto. Ella la veía por detrás, de perfil, con su melena lisa ligeramente enmarañada por el agua de mar, sentada en el sitio de su mamá. El padre y ella fueron charlando durante todo el trayecto: estudiaba y a la vez trabajaba, tenía novio en el pueblo, a veces pensaba en irse a Barcelona. Luego ya no fue capaz de oír nada más, sus oídos se cerraron y se puso a mirar por la ventana. Las cañas del borde de la carretera se mecían suavemente, una garza blanca picoteaba en un campo recién segado, las balas de paja se secaban en las lomas al sol de la tarde. Cuando llegaron a Sant Pere Pescador, él le anotó en un papel el teléfono de su oficina. A veces necesitaban secretarias o azafatas para las ferias, le dijo, así que podía llamarle si iba a Barcelona y la invitaría a comer.

‒Papá, ¿quién era esa señora?‒, preguntó en el trayecto de carretera de vuelta a casa.

‒Una chica muy simpática. Le he propuesto que viniera otro día a la playa con nosotros, pero no le va bien. Como vuestra madre no está, porque se ha ido a Madrid, me tengo que buscar compañía femenina.

La niña entendió perfectamente lo que significaban las palabras que pronunció su padre. A sus nueve años aterrizó en el mundo de los adultos sin más preámbulos.

 

04 octubre 2017

4-O

Desde hace un tiempo trabajo desde los centros cívicos de Barcelona. Tienen salas amplias, conexión a Internet, ambiente agradable. Hoy, en la mesa de al lado, se han sentado siete mujeres de unos ochenta años. Están esperando que empiece una actividad matinal en alguna sala de por aquí. Son muy guapas, todas ellas arregladas, animosas, contentas de reencontrarse, así lo expresan según van llegando. Seis de ellas hablan en catalán y una en español. Bueno, no exactamente, porque las catalanas cambian al español cuando se dirigen a la mujer española, van cambiando de un idioma a otro sin problema ni conflicto, según tercie la conversación. A veces empiezan una frase en un idioma y la terminan en otro. No se dan ni cuenta, se nota que llevan años conversando así. Se entienden. Se aprecian. Eso es lo que importa. Después de unos días tan tristes, oírlas charlar me anima. Ahora se han levantado y se marchan a su clase, disculpándose por haberme distraído (si ellas supieran lo benéficas que han sido...), y la que hablaba en español se ha girado y me ha dicho: "Adéu". Ojalá esto no se rompa. Ojalá no nos rompan. Ojalá no nos dejemos romper.

06 agosto 2016

Ropa vieja

Noches de insomnio y de calor, y a mí da por cocinar. Otros miran series, o películas, o pornografía, o se pierden por las redes sociales, o cazan pokemons. A mí en estas noches veraniegas me apetece meterme en los fogones. Hoy me estreno con la ropa vieja. Hace dos días se me antojó un caldo, más propio del otro solsticio, y guardé la ternera. Ahora las manos me huelen a cebolla, ajo, pimiento rojo de mi huerto, tomate, carne hervida, tomillo también de mi huerto, orégano, pimienta, aceite y sal. Y un vaso de vino blanco. Hecha en un pispás.

13 julio 2015

Under pressure

Cause love's such an old fashioned word
And love dares you to care
For people on the edge of the night
And love dares you to change our way
Of caring about ourselves

http://www.culturainquieta.com/es/arte/musica/item/3147-pistas-vocales-aisladas-de-freddie-mercury-y-david-bowie-en-under-pressure.html

09 julio 2015

Nicolás

Lo colmo a besos, lo huelo, le hago reír, lloro con él... Pierdo la noción del tiempo a su lado, y a la vez el tiempo se hace tan patente. Es lo más radical que me ha pasado. Lo más embriagador. Lo más asombroso.

28 febrero 2015

Papá (Cádiz, 6/08/1940 - Barcelona, 18/02/2015)

Te fuiste. Esta vez, para no volver.



08 febrero 2015

Too much heaven

https://www.youtube.com/watch?v=nREV8bQJ1MA

Nicolás

Nicolás, con dos meses y medio, ya empieza a decir "ajú", "ajó", "agú"...

05 noviembre 2014

Alisios

«Dentro de veinte años estarás más decepcionado por las cosas que no hiciste que por las que hiciste. Así que suelta amarras, navega lejos de puertos seguros, coge los vientos alisios. Explora. Sueña.»

Mark Twain

03 noviembre 2014

Encrucijada

Yo me fui por un camino, y él, por otro.

18 noviembre 2013

Estorninos

Los sueños se van volando con las bandadas de estorninos. Pero volverán las oscuras golondrinas... Y así.

24 marzo 2013

Aromas

El aire huele a primavera; las toallas, a suavizante, a sol; la casa, a café; él, a limpio. Está todo por contar.

09 enero 2013

Ciao Félix

Perchè ormai i filmetti non finiscono mai con la parola FINE come prima?

21 septiembre 2012

Monstruos

El cielo azul clarito está lleno de nubes. Son de esas en las que los niños encuentran cosas: un elefante, un conejo, un coche, una tortuga, un caracol… Las veo pasar, lentas y pesadas. Yo sólo veo monstruos.

26 junio 2012

Yedra

Miro la yedra en el edificio de enfrente y veo el mundo entero en ella.

04 junio 2012

Purga

Me duché. Los residuos tóxicos que me quedaban de su amargura se fueron por el desagüe. Cruzaron las cloacas en un recorrido sinuoso y apestoso hacia el mar. El mar los engulló, los diluyó, las algas los convirtieron en oxígeno. Un día el aire entraría en sus pulmones permitiéndole esa mierda de vida que sólo podía tener. Pensé en nosotras, en las liberadas, y me sentí limpia.

16 mayo 2012

Sobre el pan malo

Hace un rato he mantenido una conversación tonta y anodina con mi madre. Comentábamos lo malo que es el pan de la Miró, una panadería que lleva por lo menos treinta años, si no más, surtiendo al barrio donde crecí de pan malo. Mientras lo comentábamos -que si ese pan es de aire, que si se queda seco enseguida, que si...- me preguntaba en cuántas cocinas del mundo entero se estaría produciendo la misma conversación sin más interés, pero tan cotidiana, sobre algún comercio de toda la vida. Me pregunto a veces ese tipo de cosas.

13 mayo 2012

A veces

A veces miro atrás y mi vida me queda muy lejos.

29 marzo 2012

29M

Resultado de la actuación de los Mossos en un manifestante pacífico que andaba paseando con su pareja hoy a mediodía por el Paseo de Gracia, en Barcelona, y que de pronto se encontró arrastrado por una estampida de gente y acorralado por furgones de antidisturbios, que empezaron a repartir a diestro y siniestro. Qué tiempos de mierda.

09 enero 2012

Bagdad Cafe

Han pasado casi 25 años y he vuelto a ver Bagdad Cafe.


—¿No hay magia?
—La magia se fue.

25 octubre 2011

Estulticia

La Barceloneta, 10 de la mañana, un tipo pegado a un teléfono móvil, refiriéndose a "la madre de mi hija":
- "Mira, la paseo por la calle arrástrándola del pelo y cuando venga la policía me da la risa, ¿oyes?"

10 septiembre 2011

El mar

Vi el mar pixelado en la pantalla. Recordé que allí fuera existía un mar lleno de peces, rocas y algas, en el que hacía una eternidad que no me bañaba.

13 julio 2011

Brangulí


Costureras, por Brangulí (1879-1945).

Igual ya no están y no tiene ninguna importancia.

22 junio 2011

Fin de curso

Quién pudiera volver a la sensación de tener tres meses de vacaciones por delante.

09 febrero 2011

Ni rastro

Hacía frío. Justo antes de salir de casa, se puso los guantes. Eran de cuero. Los de lana le daban dentera. Tenía tendencia a tener las manos y los pies fríos. Procuraba protegerlos y así sobrellevaba mejor el invierno. No le gustaba nada el invierno.
Otra de sus manías era dar un repaso de la casa antes de salir por la puerta. Ese día cumplió también con sus rutinas. Calzado, con el abrigo puesto, la bufanda al cuello, y enfundado en sus guantes de cuero viejo, se paseó por la casa. Las estufas apagadas. Las lámparas desenchufadas (la instalación eléctrica era de antes de la guerra). Las llaves de paso del gas y del agua cerradas. Las ventanas también. Las cartas apiladas sobre el escritorio. Volvió por el pasillo hasta el recibidor y, antes de abrir la puerta, se sintió un intruso en su propia casa. Como si escapara de aquel lugar sin dejar rastro, sin que nadie lo viera. Se sintió liberado, como si se quitara un gran peso de encima. Qué raro, pensó.
Accionó el picaporte, tiró de la puerta, y una bofetada de fritanga lo recibió en el descansillo. Su vecina era andaluza y le tenía sin cuidado el colesterol. Cerró deprisa tras de sí para que no se colara la grasaza. Lentamente, dio dos vueltas a la llave. Entonces, lo entendió. Los guantes. No había dejado huellas. Podía no volver jamás y nadie sabría cuáles fueron sus últimos movimientos.

14 enero 2011

La pareja

Cojeaba. Esperó que ella lo ayudara a bajarse del taxi, pero no fue así. Al salir del vehículo el sol invernal lo deslumbró. Era agradable sentirlo en la cara. El cuerpo le pesaba; una noche en urgencias cansa. Metió las manos en los bolsillos del chaquetón y la siguió. Volvía al barrio como quien vuelve de la guerra, machacado. Ella andaba dos pasos por delante, más molesta que seria. Y ahora esto, con el lío que ya tengo. Otra vez me va a tocar cargar con todo. El trabajo, la casa, los niños. No le ofreció el brazo, él tampoco hizo ademán de necesitarlo. Con el cansancio llegaban las primeras imágenes. El coche que salió de no sé sabe dónde, el frenazo, el ruido del casco en el asfalto, negro, gritos, la sirena, una voz de mujer que preguntaba, blanco, me ahogo, mi mujer, llamen a mi mujer. Nada más. Se mareó. Apoyó la mano en un edificio y respiró hondo. La vio llegar a la esquina de la calle. Se giró. Se miraron.

13 enero 2011

Floración

Se frotó el ojo y un temblor le recorrió la piel. Estaba cansada. Un té caliente le sentaría bien. Fue a la cocina. Ejecutó el ritual de forma automática, tomó la taza hirviendo y se abandonó, rendida, en el fondo del sillón. Sorbió el té a poquitos, sintiendo en la lengua la tibieza del líquido humeante. De repente, algo raro ocurrió debajo de su camiseta. Se la levantó y vio que le habían salido pezones por debajo de las tetas. Tres. Uno de ellos, a la izquierda, en el vientre, formaba una teta del mismo tamaño que las suyas. Había dos más, en la parte derecha del vientre: una a la altura de la boca del estómago y otra más abajo. Las tocó, parecían unas tetas adolescentes. Concretamente la izquierda, la más grande, pesaba, le recordaba a un testículo, aunque claramente no lo era, era una teta. Tendré que ir al médico, pensó, a ver de qué puede ser esto. Se bajó la camiseta y se quedó inmóvil. Al rato notó algo abultado que crecía bajo la ropa. Levantó de nuevo la tela y vio que sus tetas, las nuevas, habían florecido. De la izquierda, la más grande, salía una flor muy delicada, con un tallo verde fino y florecillas de color blanco y malva. De las dos de la derecha salía muérdago, de una, y hiedra, de la otra. Se bajó la camiseta y, al cabo de un rato, notó algo raro otra vez. Las flores y las plantas estaban cayendo. Las tomó entre las manos y las metió con sumo cuidado en una bolsa de plástico, abultaban mucho. Inspeccionó sus nuevos pezones y comprobó que todo se había reducido. Sólo quedaban unos puntitos en la piel. Luego, guardó la bolsa para llevarla al médico.

11 enero 2011

Decibelios

Estoy afónica y todo el mundo me habla bajito, es muy gracioso.

06 octubre 2010

Raspas

Una pizca de sal, rebozar bien en harina y al plato. Vuelta a empezar. Doce salmonetes frescos y lustrosos rebozados y listos para freír. Tres segundos bastan para empolvar cada pescado. La mirada perdida, los dedos metidos en la blancura esponjosa y suave, como cuando, de niña, hacía pasteles con la tierra fina del patio del colegio. Dos movimientos rápidos para cubrir la piel sin escamas, de lado y lado. Hop. Uno menos. A la sartén. El aceite hirviendo. Una vuelta con la espumadera. Otra más. Al plato. A la mesa de la infancia en la que todavía estaba todo por hacer. Cuidado con las espinas. Ay, me he tragado una. Come miga de pan, no te atragantes. Bebe agua. Ya está. No te dejes nada en el plato. En aquel mundo exento de peligros sólo contaba el presente, no existía la incertidumbre. Sólo había que dejarse llevar. Ahora, enharino el pescado, lo frío, lo sirvo a la mesa, aparto las espinas en el plato con igual recelo y miro ante mí. Dos platos sobre la mesa llenos de raspas y de interrogantes.

02 octubre 2010

Códigos

Últimamente he venido constatando que en muchos momentos de mi vida cotidiana debo introducir alguna clave para poder llevar a cabo alguna cosa. El gimnasio al que voy a nadar por las mañanas tiene un sistema de acceso a las instalaciones que me parece muy moderno –aunque quizá ya no lo sea tanto–, que consiste en unos controles de paso que han colocado en la entrada, con un aparatito en el cual debo teclear mi número de socia, colocar la mano sobre un lector de huellas dactilares, y si el número corresponde con la imagen que en su día captaron de la palma de mi mano, se desbloquean y me permiten la entrada. La misma operación debo realizarla para entrar y salir de la zona de aguas, que es como llaman al área donde están las saunas y el jacuzzi, y finalmente para abandonar el recinto. Cada mañana tecleo ese número como poco cuatro veces. Las maquinitas no son infalibles, ni yo tampoco, y a menudo no saben decodificar las líneas en las que se escribe mi futuro, o yo me equivoco al introducir los números, o directamente me olvido del código.
Otro dispositivo que me pide siempre un ábrete sésamo es el móvil. Un número más de cuatro cifras que suelo teclear otras tantas veces al día, según las ganas que tenga de encontrarme localizable o sencillamente disponible. También de cuatro cifras es la clave del cajero del banco, necesaria y confidencial para tener acceso a un dinero que cada vez da para menos en el mundo en que vivo. Sin olvidar las claves de acceso a la cuenta del mismo banco en Internet, y la contraseña de mi cuenta de correo electrónico, compuesta de una combinación de letras y números, para mayor seguridad. Todos estos códigos están sujetos a errores, según mi capacidad para recordar cada uno de ellos en el momento oportuno o mi pericia al teclearlos. A la vez, me brindan la oportunidad de acceder a una infinidad de servicios personalizados a mi medida y según mis preferencias, muchos de los cuales afortunadamente todavía desconozco.
Las personas, a pesar de no estar dotadas de componentes electrónicos, también tenemos códigos. A menudo nos encontramos frente a un interlocutor –amigo, familiar, colega de trabajo, pareja– y, creyendo conocer su código de lenguaje, ése que debería permitirnos acceder a su universo de pensamientos, vivencias, preocupaciones y deseos, hasta el punto de que deberíamos poder sentir como él y ver el mundo como él mientras a él le está ocurriendo lo mismo, de repente ocurre algo que nos hace caer en la cuenta de que, en realidad, no es así. Resulta bastante difícil decodificar las claves humanas. Parece como si, por alguna razón, las personas estuviéramos encriptadas y lo que creemos vivir como procesos de comunicación, de comunión de ideas y pensamientos, o de sentimientos, en realidad no es más que una ilusión momentánea pues nos separan abismos conceptuales y emocionales. Afortunadamente, la mayor parte de las veces no nos damos cuenta de que esto ocurre y conseguimos disfrutar de nuestras relaciones interpersonales al sentirnos comprendidos.

01 octubre 2010

J.A.

"Nunca te echo de más".

10 septiembre 2010

La Barceloneta

Pasan dos y uno le dice al otro: "Me estoy quitando un moco... ¿Quieres uno? Cinco euros... El gramo de moco a 5 euros".

13 agosto 2010

Regocijo

Poso la mirada en las cosas más insignificantes –la silueta de un trapo colgado en el balcón, los barrotes oxidados, las plantas crasas en las macetas de colores, unas nubes cargadas de lluvia en el horizonte gris- y todo me parece tremendamente bello.

09 agosto 2010

Agosto

El sol calienta el polvo brillante del alféizar. Polvo, olor a playa, y una abeja zumba en el balcón. Polvo, pico contra el asfalto, obras en algún piso. Ruido. Siempre ruido. En las sábanas húmedas los brazos, las piernas, extrañan al amado. Sueños entrecortados. Deseo. Suspiros. Las palabras cruzan la línea y luego el silencio, la espera. Esta vez fue la alegría –toc toc, ya estoy aquí– la que entró sin avisar.

01 agosto 2010

Olores

Huele a lluvia.

18 junio 2010

Así sabe el infierno

Era mediodía y estaba en casa, a punto de salir, cuando llamaron a la puerta. Era Ana, la chica que limpia la escalera una vez por semana.
-Mira, que alguien ha echado salfumán con lejía, y en los pisos de arriba no se puede estar de lo que pican los ojos y la garganta. He abierto el portal para ventilar, pero yo así no limpio.
-¿Qué me dices?...
Entró de nuevo en el apartamento y sin pensárselo dos veces se puso unas gafas de piscina, un trapo de cocina en la boca, y subió hasta la azotea a abrir la puerta para hacer tiro de aire. De bajada notó picor en la nariz. Aprovechó también para preguntar, puerta por puerta, si alguien había limpiado con productos tóxicos, pero nadie sabía nada. Luego bajó el portal, donde estaba Ana con el cubo y la fregona, a esperar que la escalera se aireara bien.
-El que lo haya hecho estará pajarito en su casa, aseguró la chica, tosiendo.
Esperaron unos minutos en la calle, bajo un cielo soleado, comentando que hay gente que hace unas cosas muy raras.
-Bueno, ahora ya estará ventilado, limpia lo que ve la suegra y vete.
-Vale.
Se estaba arreglando para marcharse cuando volvió a sonar el timbre.
-Mira, que esto sigue, y viene de este piso, le dijo Ana señalando la puerta de enfrente en el mismo rellano.
-Ostras, ¿a ver?, dijo acercándose. El olor que salía por el quicio de la puerta la echó para atrás. ¡La Mari! Qué raro…
Llamó al timbre. Nada.
-Si la mujer está dentro, te digo que estará pajarito. ¿Nadie tiene la llave?
-Sí, yo.
Buscó el juego de llaves a toda prisa, se volvió a poner las gafas de nadar, el trapo en la boca, y abrió la puerta. Recibió una bofetada de un humo gris como una niebla. El ambiente dentro era irrespirable. Cerró la puerta de la vecina de un portazo. Las llaves se quedaron colgando de la cerradura.
-¡Ahí no se puede entrar! ¡Tenemos que salir de aquí!
Marcó el 112 y explicó la situación. Mientras tanto, Ana se disponía a entrar en el piso.
-¡Tápate la cara!
La chica se tapó nariz y boca con un trapo, entró como una exhalación con los ojos cerrados y abrió la primera ventana que encontró. Volvió corriendo y se abalanzó al balcón a toser. Mientras, la otra seguía hablando con la operadora del 112.
-Mire, no sé, pero de ese piso sale una nube tóxica, señora… Es como una niebla que pica en los ojos y la garganta… No, no sé si hay alguien dentro. ¡Manden rápido a los bomberos y una ambulancia!
Ana entró de nuevo y abrió otra ventana. Volvió tosiendo.
-¡No puedo mirar en las habitaciones!
-¡Nos vamos a la calle! ¡Hay que evacuar el edificio! ¡Baja, que yo voy a los demás pisos a decirles que salgan!
En la calle se fueron acercando mirones y curiosos, los vecinos preguntaban qué pasaba y sólo una pareja de mayores, una joven extranjera que se iba a trabajar, y un señor mayor del tercero, salieron del edificio.
Llamó otra vez al 112.
-Mire, he llamado hace un rato… Sí, esa es la dirección… ¿Cómo dice? Ya, ¡pero es que no sé si hay alguien dentro! Disculpe, he perdido la noción del tiempo… Vale, esperamos, gracias.
-¿Qué te han dicho?, preguntó Ana, la chica de la limpieza.
-Que sólo hace 6 minutos que llamé y que los bomberos no pueden venir volando.
A los pocos minutos llegó un camión de bomberos, preguntaron qué pasaba, ella lo explicó, les dio la llave del piso de la vecina y cinco hombres entraron en el edificio con máscaras. En seguida llegó una patrulla policial y una ambulancia. Los enfermeros reconocieron rápidamente a las dos chicas. A Ana, la chica de la limpieza, le dolía el pecho. A la otra le picaban mucho los ojos y le dolía la garganta. Mientras tanto, otra vecina de la escalera había localizado a la inquilina del piso, que afortunadamente no se encontraba dentro.
-Está llegando, informó.
-¿Dónde estaba?, preguntó ella.
-Luego te cuento… Esto ha sido por las cucarachas.
-¿No me diga que…?
-…
A los pocos minutos apareció la vecina con la cara desencajada y un hombre detrás, preguntando qué había pasado. Los bomberos salieron del edificio con una bolsa de plástico. Ésta contenía un paquete de azufre micronizado al 98,5%, prácticamente vacío. El hombre contó a los agentes que había puesto cinco recipientes con el producto repartidos por la casa, cada uno prendido con una mecha para quemarlo y dejarlo actuar para matar a los bichos.
-¿Pero a quién se le ocurre semejante imprudencia?, exclamó la chica.
La mujer la miraba consternada y balbuceaba excusas.
-¡Pero Mari, si tiene un problema tan grave de cucarachas, me lo dice, que para algo soy la presidenta de la comunidad, y pido al administrador que mande una empresa especializada en desinfección y ellos lo hacen! ¡Podría haber montado un incendio! ¡Y con azufre, que es súper tóxico!
-¿Qué pasa? ¿Que tú eres una santita y nunca en tu vida te has equivocado o qué?, replicó el hombre.
-Oiga mire, sí que me equivoco, pero con mis equivocaciones no pongo en peligro la vida de nadie, joder.
-Mejor nos vamos, ¿no?, dijo mirándola el jefe de la patrulla de los bomberos.
-Pues sí, nos vamos. ¡Esto es increíble!
-La culpa la tienen los que viven en los bajos, que son unos guarros, se apuntó una espontánea.
-¡Venga señora, no diga chorradas!
-Signora, que entran de las basuras, ¿no ve que los contenedores están aquí delante?, se defendió la chica con acento italiano desde la puerta de su casa.
Los enfermeros reconocieron a las dos chicas en la ambulancia mientras los agentes de la policía tomaban los datos de ambas y del hombre para hacer un parte policial. Ella tenía la tensión por las nubes y estaba de muy mal humor. Luego les preguntaron si tenían intención de poner una denuncia.
-Pues mire, en principio no, entiendo que esto ha sido una imprudencia, contestó la chica del primero primera.
-No ha habido dolo, dijo el agente.
-De momento vamos al hospital a que nos reconozcan, y luego veremos qué hacemos, zanjó ella.
-Como ustedes quieran, nosotros dejamos el parte en la comisaría y pueden pasar cuando les vaya bien si desean hacer una denuncia.
Entraron en las urgencias del hospital a las 3 de la tarde. Radiografía del tórax para descartar lesiones pulmonares, reconocimiento de las constantes vitales, electrocardiograma y seis horas en observación. Las médicas alucinaban al oír la historia; una de ellas no pudo contener la risa y luego se disculpó. Ana, la chica de la limpieza de la escalera, estaba mareada, y le dolía el pecho y la cabeza. La otra tenía menos molestias, sólo la garganta y nariz irritadas, se había expuesto menos a los gases tóxicos. Esperaron. Les hicieron la radiografía. Esperaron más. Ana decía que todavía notaba el sabor del azufre en la boca. La otra la miraba sentada, nerviosa, agotada. Las reconocieron dos médicas del servicio de urgencias, a las dos juntas y a la vez.
-Esto es un dos por uno, bromeó Ana desde la camilla del box, con los cables del electrocardiograma colgando del pecho.
-Ahora no hable, por favor.
Las dejaron ir al bar del hospital a comerse un bocadillo, mientras esperaban el alta.
-¿Qué te parece si nos lo comemos fuera, en un banco, para que nos dé el aire?, propuso ella.
-Mejor.
Eran casi las 7 de la tarde. Devoraron el bocadillo, y luego algo dulce.
Ana encendió un cigarrillo y le ofreció el paquete de Gold Coast, pero ella dijo que no.
-No entiendo cómo te puede apetecer fumar. A mí me sigue picando todo, añadió.
-Esta es la prueba de fuego, dijo mirando el pitillo. Ahora ya sabemos a qué sabe el infierno.

09 junio 2010

Horizontes ignotos

En el reino de la mediocridad el talento y la excelencia son males demoniacos a erradicar a toda costa. Que tenga cuidado todo aquel que los posea y que en sus obras dé prueba de ello, pues será pasado por la guillotina y rodará su cabeza ante mirones sin criterio. Los verdugos detestan que se les haga sombra. Tras sacar los higadillos a quien con su esfuerzo los ayude a ponerse medallas y lucir condecoraciones, inician la caza de brujas y aquí no queda títere con cabeza. Suerte la de los desterrados que, venciendo la frustración, parten hacia horizontes ignotos a reinventarse y seguir soñando.

02 junio 2010

Jornada

El calor tibio de la caquita del can en la bolsa de plástico.
Las risas pueriles en las despedidas de los jubilados.
El orgullo en el paso decidido y frágil del beodo.
Los restos de guano en el firme de la azotea.
La colada blanca secándose al viento del sur.
El mohín al cruzarte con el amante imposible.
La extrañeza al descubrir olores nuevos en casa.
Los gritos de las gaviotas insomnes de madrugada.
El taconeo cansino de una turista de regreso sin presa.
La espera de las sábanas limpias donde reposar el cansancio.

08 mayo 2010

El cuento de las arenas

Érase una vez un río que, tras dejar la fuente de donde nació en las lejanas montañas, cruzó campiñas y paisajes de todo tipo hasta llegar a las arenas del desierto. De igual modo que había sorteado los obstáculos encontrados en el camino, el río trató de atravesar el desierto, pero entonces se dio cuenta de que sus aguas desaparecían en las arenas nada más alcanzarlas.
El río estaba convencido de que su destino era cruzar el desierto, pero no había manera. Entonces una voz que provenía de las dunas le susurró:
"El viento cruza el desierto y el río también puede hacerlo".
El río objetó que no hacía más que estrellarse contra las arenas y que sólo conseguía ser absorbido por ellas. Que el viento podía volar y que por eso conseguía cruzar el desierto.
"Utilizando los métodos de siempre no lograrás cruzarlo. Desaparecerás o te convertirás en pantano. Debes dejar que el viento te lleve hacia tu destino".
“¿Y cómo puedo hacerlo?”, preguntó el río.
"Dejando que el viento te absorba".
Al río esa idea no pareció gustarle nada. Después de todo, nunca antes había sido absorbido y no quería perder su individualidad. Además, en caso de perderla, ¿cómo saber si podría volver a recuperarla algún día?
"El viento", dijeron las arenas, "cumple esa función. Eleva el agua, la transporta sobre el desierto, y luego la deja caer. Al caer como lluvia, el agua se convierte otra vez en río".
“¿Cómo puedo saber que eso es cierto?”.
"Así es, y si tú no lo crees, no te convertirás más que un cenagal, e incluso eso te llevaría muchos, pero que muchos años. Y estarás de acuerdo en que un cenagal no es lo mismo que un río."
“¿Pero no puedo seguir siendo el mismo río que soy ahora?”.
"De ninguna manera puedes quedarte como estás", susurró la voz. "Tu parte esencial es transportada y forma un río otra vez. Sólo crees que eres lo que eres ahora porque has olvidado cuál es tu parte esencial."
Cuando oyó esto, en los pensamientos del río empezaron a sonar unos ecos. Vagamente recordó un estado en el que él –o tal vez una parte de él-, había sido transportado en los brazos del viento. También recordó –o eso le pareció- que eso era lo que realmente debía hacer, aunque no fuera lo más obvio.
Entonces alzó sus vapores hacia los acogedores brazos del viento, que gentil y fácilmente lo llevó hacia arriba y a lo lejos, dejándolo caer suavemente en cuanto alcanzaron la cima de una montaña, muchos, muchos kilómetros más allá. Y por el hecho de haber tenido tantas dudas, el río pudo acordarse con más precisión de los detalles de la experiencia. "Claro”, dijo como si despertara de un sueño, “ahora ya sé cuál es mi verdadera identidad".
El río estaba aprendiendo algo nuevo e inusual para él. Mientras, las arenas susurraron: "Nosotras lo sabemos porque vemos esto día tras día. Y también porque nosotras, las arenas, nos extendemos por todo el camino que va desde las orillas del río hasta la montaña".
Y por eso dicen que el camino por el que el río de la vida ha de seguir su viaje está escrito en las arenas.

Awad Afifi el Tunecino

Versión contada por Terence Stamp:

03 mayo 2010

Otra vida

A veces me gustaría ser recepcionista en una clínica dental. Que mis preocupaciones laborales fueran llegar puntual a mi hora y cuadrar la agenda de extracciones, empastes, implantes y limpiezas bucales. Salir con el tiempo justo del trabajo, tomar el metro en hora punta y llegar a tiempo de recoger a mis dos hijos en el colegio, niña y niño, la parejita. Comprarles un tigretón de merienda a cada uno y que en el camino a casa me contaran las anécdotas del día, darles un grito para que no se pelearan, llegar a casa, ayudarles con los deberes, bañarlos, hacerles la cena, y esperar que mi marido llegara tarde, como cada día, para cenar algo con él en silencio y luego tirarnos en el sofá a mirar una serie o un programa de humor de la televisión. Quedarme dormida en sus brazos y no recordar cómo llegué a la cama, para amanecer al día siguiente sabiendo que todo volverá a ser igual, que si consigo que el del banco no me suba la hipoteca, la economía familiar cuadrará, que el fin de semana daremos una vuelta por el centro comercial, haremos la compra para toda la semana, y allí nos encontraremos con otra pareja con hijos de las mismas edades que los nuestros. El domingo ir a comer a casa de mis suegros, y luego ver todos juntos el partido y chillar como la que más con cada gol. Algún sábado dejaríamos a los niños con mis padres y saldríamos a cenar y de copas con amigos, o al cine, pero muy de tarde en tarde, que hay que ahorrar. Alguna vez, de repente, me emocionaría al entrar en el cuarto de mis hijos dormidos y verlos tan grandes. Me extrañaría el paso del tiempo, me daría miedo, tal vez, por unos instantes, pero se me pasaría rápidamente al poner orden en los juguetes tirados por el suelo. También a veces recordaría el día en que me casé, pensaría en lo jóvenes que éramos, en que él ya no me mira como antes, pero me diría a mí misma que es normal, que las cosas cambian, que eso dicen en todas las revistas femeninas, y que debo hacer un esfuerzo por estar mejor en mi piel, reforzar mi autoestima y conseguir así volver a gustarle como el primer día. Me emocionaría con los besos apasionados que él me daría en el momento menos pensado, y me sentiría orgullosa de haber llegado tan lejos con él y no haberme separado, como tantas otras parejas, a la primera crisis. Tendría una buena amiga, o dos, a lo sumo, con las que me contaría intimidades sobre nuestros maridos y compartiría chismes. Ya se sabe que las amigas de verdad se cuentan con los dedos de una mano. Al pensar en el futuro desearía que mis hijos estudiaran, consiguieran un buen trabajo, se casaran, me dieran nietos, y poder retirarme con mi marido en el pisito de la playa que nos habríamos comprado con los ahorros de toda una vida, para disfrutar del tiempo que nos quedara, juntos, por fin, y poder dar paseos, tomar helados, y leer novelas por la tarde, a la sombra en el balcón.

01 mayo 2010

Un vencejo

En los límites del pensamiento, vuela un vencejo.
Raudo recorta el aire silbando sus dominios
y en la ciudad azotan los primeros calores,
las tardes sin horizonte y sin prisa,
la lluvia intermitente.

25 abril 2010

Manías dominicales

Ese día había 37 barcos en el horizonte. Era una de sus manías, contarlos desde la playa. Tenía otras: beber un vaso de agua justo antes de salir de casa, cerrar mentalmente la puerta después de echar la llave para evitar que se colaran los ladrones, encontrar cosas en las nubes, secar las gotas de agua del grifo de la ducha, o buscar billetes olvidados en los cajeros automáticos. No eran manías evidentes, hacía falta conocerla bien para darse cuenta de ellas, y en ocasiones ni siquiera.
Sus ojos tras las gafas oscuras recorrieron el mar, las palmeras del paseo, la playa, los niños jugando en la orilla, y se posaron en una figura yacente en la arena. Al verla, se estremeció. Ninguno de los dos apartó la mirada. El tiempo dejó de ser tiempo, el instante se cristalizó en el paisaje, todo lo demás dejó de existir para siempre. En casa estaría él, leyendo la prensa. En su ausencia se habría hecho una paja delante del ordenador. Eso también había dejado de importar, como tantas otras cosas. La playa se convertiría desde ese momento en un nuevo lugar, tendría un papel distinto al de cada domingo. Dejaba ya de ser el refugio al que acudía en soledad para secar las cicatrices semanales.
Tras la señal convenida se iniciaba el ritual: los pasos rápidos por las sombras de las calles estrechas, el timbre del interfono, una escalera interminable hasta el cielo, la puerta entreabierta, el sonido de una persiana al bajar, los zapatos en el parquet blanco, el aroma familiar en las sábanas, el salitre del pelo, gemidos sin promesas. Al acabar ella iba a la playa, sola, a darse un baño, rito inverso de la purificación, para poder volver a casa, donde nada había cambiado, donde todo seguía igual, tal como lo había dejado.

Pensamiento terminal

Un día te llaman y te dan una mala noticia. Te has pasado la vida esperando ese momento, fantaseando con él, imaginando el después, y cuando llega es banal. Tan banal que lo cambia todo, ya nada vuelve a ser como antes.

18 abril 2010

Mansión Drappa

Sonó el despertador marcando las ocho. Abrí los ojos tras apenas dos horas de un sueño inquieto y supe enseguida dónde estaba: en Madrid, contigo. Giré la cabeza para mirarte y estabas vuelto hacia mí, con los ojos entreabiertos, pero te hiciste el dormido. Miré de nuevo hacia la ventana y vi el cielo a través de mis pestañas. Una luz azul invadía el comedor del piso diminuto de tus amigos y pensé que ya había llegado el momento, ni antes ni después, y que estaba preparada.
–Gracias, Dios mío, murmuraste.
Luego me abrazaste de esa manera tan tuya con la que evitas el sufrimiento, marcando distancias. Nos levantamos, nos vestimos rápidamente, recogimos las mochilas y el cargamento de bolsas, y salimos a la calle. En la acera de enfrente dos perros peleaban; se asían por las mandíbulas y aullaban de dolor ante la impotencia de sus amos. El metro estaba como está el metro en las mañanas de domingo, silencioso y con gente adormilada yendo de un lado para otro por pasillos y escaleras que se pierden en la inmensidad subterránea.
Tardamos menos de lo previsto en llegar al aeropuerto, así que te propuse tomar un desayuno, como tantas veces. Decidiste que los bocadillos estaban demasiado caros y nos comimos uno gratis. No parabas de mirar la hora en el reloj de la cafetería; a las once y cuarto embarcabas, y a las doce en punto salía tu avión. Hablamos de los planes, de las buenas intenciones, de los malentendidos, de esa línea tan fina por la que siento que caminas. Me decías: “Dime más”. Se te llenaron los ojos de lágrimas y la barbilla te temblaba. Yo no sabía si reír o llorar.
A las once y diez en punto fuimos hacia el puesto de control de pasaportes. “¿Te vas tranquilo?”, “Sí”, contestaste. Nos besamos rápido, como no se besan los amigos, y te vi marcharte con tu camiseta azul y tu chaqueta de pana, el sombrerito negro, cargado de bolsas y mandándome un beso por el aire y una sonrisa. Tras pasar la máquina de rayos X, te giraste para mirarme por última vez, con la mirada perdida, pero no me viste. Un guardia te indicó cómo llegar a la puerta de embarque. Te vi seguir por tu camino sin poder creer lo que estaba ocurriendo, aliviada también.

02 abril 2010

ÍTACA

Cuando salgas de viaje para Ítaca,
desea que el camino sea largo,
colmado de aventuras, colmado de experiencias.

A los lestrigones y a los cíclopes,
al irascible Poseidón no temas,
pues nunca encuentros tales tendrás en tu camino
si tu pensamiento se mantiene alto, si una exquisita
emoción te toca cuerpo y alma.
A los lestrigones y a los cíclopes,
al fiero Poseidón no encontrarás,
a no ser que los lleves ya en tu alma,
a no ser que tu alma los ponga en pie ante ti.

Desea que el camino sea largo.
Que sean muchas las mañanas estivales
en que- ¡y con qué alegre placer!-
entres en puertos que ves por vez primera.
Detente en los mercados fenicios
para adquirir sus bellas mercancías,
madreperlas y nácares, ébanos y ámbares,
y voluptuosos perfumes de todas las clases,
todos los voluptuosos perfumes que te sean posibles.
Y vete a muchas ciudades de Egipto
y aprende, aprende de los sabios.

Mantén siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Pero no tengas la menor prisa en tu viaje.
Es mejor que dure muchos años
y que viejo al fin arribes a la isla,
rico por todas las ganancias de tu viaje,
sin esperar que Ítaca te vaya a ofrecer riquezas.

Ítaca te ha dado un viaje hermoso.
Sin ella no te habrías puesto en marcha.
Pero no tiene ya más que ofrecerte.

Aunque la encuentres pobre, Ítaca de ti no se ha burlado.
Convertido en tan sabio, y con tanta experiencia,
ya habrás comprendido el significado de las Ítacas.

No encontrarás tales apariciones si tus pensamientos son altos,
siempre que la gran aventura estimule tu espíritu y tu mente.
Lestrigones, cíclopes y encrespado Poseidón,
no los encontrarás a menos que tu pensamiento los haya albergado y los haga emerger.

CONSTANTINOS PETROU CAVAFIS. Alejandría, 29 abril 1863.

28 marzo 2010

Domingo

"Buenos días, linda criatura de la naturaleza, ¿cómo amaneciste?", dijo él abrazándola por detrás. Reconoció en su cuello el aroma de los gestos de la noche y hundió la nariz en la mata de pelo. "Soñé mucho, pero he dormido bien." "¿Qué soñaste?", le besó poco a poco la base de la nuca por si algo la inquietaba todavía. "No recuerdo bien, era un sueño muy raro... Estaba en una tienda y no sabía qué había ido a comprar, todo era blanco. Entonces apareció un niño con un globo y me lo dio, luego se dio la vuelta y ya no estaba." Él la escuchó y el rumor de su voz lo adormeció, y se metió él también en el sueño, y se convirtió en el niño del globo. "Voy a hacer café." "No, quédate un poquito más", imploró. "Bueno." Ella frotó sus pies contra sus empeines, luego le rascó las plantas con las puntas de los dedos para hacerle cosquillas, sabía que eso lo espabilaría. "¿Te apetece que bajemos a la playa?" "Sí, y luego comemos donde Tono." "Vale, me parece bien." Y siguieron abrazándose y luego se besaron, mientras afuera empezaba un nuevo día.

20 marzo 2010

Pan de Negrín

Franco Franco Franco menos cuento y más pan blanco
Preferimos el de Negrín aunque sea de serrín

Pintada en la tapia de la calle de Serrano esquina con Diego de León, en Madrid, después de la Guerra Civil. Testimonio de mi abuela Margarita Martínez García-Arenal.

15 marzo 2010

Para vivir

Manuel Vicent, El País, 14/03/2010
Si uno deja de fumar no es para vivir más años, sino para vivir mejor ahora mismo y no tener que resollar como una foca al subir veinte peldaños. Si uno come en pequeña cantidad comida sana y no ingiere grasa animal, hamburguesas con carne de perro y gallinejas fritas con aceite de motor, no es para adelgazar o bajar la tripa, sino para respetar el propio cuerpo y no someterlo a la humillación de tener que digerir semejante basura. Si en lugar de apoltronarse ante el televisor para recibir indefenso su descarga diaria de estiércol, uno se mueve, camina una hora al día o se machaca en el gimnasio, no es para exhibir en la cama un pecho de lagarto o presumir de bolas ante las amigas en el bar, sino para sentirse flexible y no verse obligado a gemir una blasfemia al salir de taxi o al levantarse del sofá. Si se renuncia a habitar espacios cerrados que huelen a aliento fétido, y se inspira aire fresco y limpio hasta el fondo de los pulmones, esta actitud sólo tendrá sentido si además de purificar las células con oxígeno verde, uno busca que la naturaleza entre a formar parte del espíritu. No fumar, comer sano y hacer ejercicio, sirve para ofrecerse al placer de ahora mismo, puesto que la eternidad cabe entera en el día de hoy, sin esperar a mañana. Mientras uno vive de forma saludable sigue siendo inmortal. Los últimos años que te resten de tu paso por esta tierra, si te has convertido ya en un desecho humano, puedes regalárselos al sepulturero. Estas reglas sólo atañen al cuerpo, pero hay que acompañarlas de una sencilla disciplina espiritual si se pretende llegar más allá. El ambiente degradado por los insultos que se infieren mutuamente los políticos es mucho más venenoso que el óxido de carbono. Prohíbete respirar ese aire. Aléjate del pesimista que sólo busca amargarte el día, y usa tu nuca como basurero psíquico para depositar en ella su frustración. Nunca discutas con el creyente que lleva el fuego del infierno incluso en el mechero. Su fanatismo es peor que la carne de perro. Guárdate del que pretende darte lecciones con una verdad absoluta o con un bate béisbol. Son dos formas de partirte la cabeza. Y si un moralista con halitosis te señala con el dedo, huye y no te detengas hasta que veas que en el horizonte arden las palmeras.


09 marzo 2010

26 febrero 2010

Vida y muerte

La vida pone a cada cual en su sitio. Luego, en la muerte, nos perdemos en el olvido. Como tantos se perdieron antes que nosotros.

29 enero 2010

Jaula en el pecho

http://www.youtube.com/watch?v=N9wSqENaHD8

Soledad

Desde hace un tiempo convivo con una araña de patas largas, Margarita, que de mi cuarto de baño ha hecho su mansión. Toda una generación de lepismas descendientes de Felipe y Catalina se come mis libros y mis facturas; encontré los restos de los ancestros bajo una caja de cartón, un día en que me dio por hacer limpieza a fondo, y les di adecuada sepultura. En el pasado conviví con otros animales. Alguien me contó no hace mucho que en el aparato digestivo tenemos billones de millones de trillones de gérmenes. Y luego hay quien se siente solo…

23 enero 2010

La bata

La sensación que me acompañó durante toda la visita fue la misma: todo tenía unas dimensiones mucho más pequeñas que las que recordaba. Los olores, sin embargo, no habían cambiado. El óxido frío de la gran verja de hierro de la entrada, el musgo mullido que crecía en la base del edificio, la verde sombra de la planta trepadora que recorría la pérgola de la escalera, las incontables manos de pintura blanca de las puertas del zaguán. Todo eso seguía igual.
Al entrar en el vestíbulo rectangular que daba acceso a las aulas y los pisos superiores, vi los banquitos y los percheros vacíos. Los recorrí, buscando abrigos, batas. De pronto, la vi. Era una niña de unos cinco o seis años. Estaba ahí, en la penumbra, sola. Había dejado su cartera sobre el banquito y colgado su capa roja de caperucita en el perchero. En los demás se amontonaban los abrigos de los demás niños y niñas. Lucía dos trencitas negras y brillantes que caían por detrás de sus orejas, sujetas con dos gomas con bolas de madera de colores en los extremos. Estaba muy seria, con aire de concentración. Llevaba puesta una bata de cuadros blancos y rosas. Vi sus manitas abrochar los botones, de arriba abajo, para luego desabrocharlos en sentido contrario. Luego los volvía a abrochar, hacía ver que se equivocaba de ojal, los volvía a desabrochar todos y los abrochaba, una y otra vez. De repente algún ruido la sobresaltaba, miraba a su alrededor, y al ver que no había nadie, seguía abrochándose y desabrochándose la bata.

22 enero 2010

Hay

Es noche cerrada y hay camino por andar.

18 enero 2010

Sobremesa

-¿Tú qué crees?
-No sé qué decirte.
Me miró. La miré. Luego miró el plato vacío. Yo miré por la ventana.
El pavimento brillaba bajo la luz de las farolas. Había llovido todo el día. Mañana sería más de lo mismo; eso pronosticaba el hombre del tiempo. Estábamos teniendo un invierno inusual y los pantanos estaban a rebosar. El nivel de los pantanos. Eso ya no salía en las noticias, para mi desagrado. Me había acostumbrado a seguir el estado de nuestras reservas acuíferas, pero ahora ya no había modo; las noticias eran otras.
El clima es un recurso para iniciar cualquier conversación con un extraño, o con alguien que no lo es. Eso o los planes para las vacaciones, las fiestas de guardar o el fin de semana. O el resultado del partido de ayer. Siempre me pregunto de qué habla la gente en los bares o cuando anda por la calle con el teléfono móvil pegado a la oreja. Qué se cuentan, y qué entenderán de lo que se cuentan. Vayas donde vayas, de día siempre hay un rumor. La noche es mejor por la ausencia de palabras; la gente duerme y no habla, no dice nada, a lo sumo unas palabras inconexas e incomprensibles entre sueños a las que no merece la pena prestar atención porque mañana nadie se acordará de nada.
Levantó los ojos del plato vacío y me miró. La miré. Sus cejas se alzaron, preguntándome. Me mordí el labio.

08 enero 2010

Una habitación equivocada

-Aquí hace un frío que pela.
-Le he pedido una manta a la enfermera, pero me ha dicho que no tienen.
-Mm.
Miró por la ventana, resignado. Llevaba toda la tarde de mal humor. Ingresó pasadas las cinco y desde que entró por la puerta no paró de despotricar. De todo. Los desagües del cuarto de baño olían mal. No encontraban su historial. Por un problema informático no le habían dado habitación en la planta que le tocaba, sino en la de medicina interna y geriatría. Seguramente no soportaba hacerse viejo, pensé. Tenía la pinta de ser uno de esos tipos. Llegó solo y al rato apareció una mujer rubia con la expresión endurecida. Siendo mucho más joven que él, lo trataba como a un niño. Aparentaba no hacer caso de sus comentarios, pero su rictus delataba que estaba rota por dentro. Me dio pena verla aún joven y así.
No me preguntó nada, sólo saludó por cortesía, pero era obvio que le molestaba mi presencia. Inevitable, por otro lado; en la salud pública no ofrecen suites. Tenía toda la pinta de ser un hombre de posibles, y con aquellos aires de grandeza que gastaba me extrañó que estuviera allí, en el mismo hospital que yo. Me miró furtivamente al entrar y vi su cara de decepción. Yo estaba jodido. Desde siempre he tenido muy mala salud y aquella era otra de mis estancias en un hospital. Para alguien a quien le horripila ver la cara fea del ser humano, que se la sirvan sin poder librarse no debe ser plato de gusto. “Esto es deprimente”, le oí decir, y se arrancó con una perorata sobre lo lamentable que era pagar impuestos para luego encontrarse con un hospital que se vanagloriaba de ser uno de los mejores del país en ese estado. Supongo que esperaba que le entrara al trapo, pero no lo hice, no me sentía con fuerzas y sabía que además no me sentaría bien. Traté de concentrarme en las noticias deportivas que me llegaban por el auricular.
-Aquí estoy, ya me han traído la cena… La tortilla debe de estar fría, pero en fin… No, ni idea de a qué hora me lo hacen… No te preocupes que ya os mandaré un mensaje cuando resucite… No es necesario que vengáis para nada… Ah, bueno, si sois de esas personas a las que les gusta pasearse por los hospitales… ¡Ja, ja! Irá como tenga que ir… Eso no son más que chorradas, da igual lo que uno piense o deje de pensar, las cosas van como tienen que ir y ya está, no se puede hacer nada… Pues sí, adiós.
-Anda, pásame el teléfono… ¿Hola?
-A ver, será que no hay buena cobertura. Sí, todavía está ahí.
Entendí que la persona del otro lado de la línea era algún familiar. La mujer cogió el teléfono móvil y se fue a hablar al pasillo. Él se comió la tortilla, disgustado. Luego la compota. No dejó nada en la bandeja.
Respiraba mal. Prácticamente no pegó ojo, no hacía más que revolverse en las sábanas. Yo solía dormir poco; dormitaba a ratos, de día y de noche. Como pasaba largas temporadas ingresado, estaba acostumbrado a que me cambiaran el compañero de cuarto. Había visto de todo; el género humano es de lo más variopinto. A veces llega uno con aspecto frágil y te sorprende por su fortaleza interior. Otros tienen miedo y derrochan el humor más fino o más burdo para vencerlo. Los mejores chistes se cuentan en los hospitales. Estar en ese delgado linde que hay entre la vida y la muerte saca lo mejor y lo peor de las personas. Hacía tiempo que no me tocaba uno como él. Iba de tipo duro, por la envergadura parecía un exjugador de baloncesto y se conservaba bastante bien, pero me pareció un hombre totalmente desvalido.
No oía bien. Por lo que entendí, lo habían operado de los dos oídos, se lo contó a la enfermera guapa. A las otras también las halagaba: sobre la importancia de su trabajo, sobre la suerte que tenían sus maridos... Era un seductor nato, lo llevaba en la sangre. Siempre he envidiado a esos hombres que saben conquistar a las mujeres. A todas. La rubia lo presenciaba todo callada, aunque sus ojos hablaban. En algún momento cruzamos la mirada y ella la apartó rápidamente, con disimulo. Me enterneció. Con qué ganas la habría cogido en mis brazos decrépitos, sólo para abrazarla.
También lo habían operado de los ojos; una vez casi pierde la visión de no haberle cogido a tiempo un desprendimiento de retina. Contaba todo aquello orgulloso de haber sobrevivido a tantas dolencias. No se daba cuenta de que, en realidad, eran cosas menores. Así somos, tendemos a darnos mucha importancia, a pensar que lo nuestro es lo peor; o lo mejor.
Por la mañana vino un camillero a buscarlo. Las enfermeras bromeaban, que volvería en menos de lo que canta un gallo y que ya lo estaban echando de menos. No le dije nada. Me miró asustado, buscando apoyo, y lo vi partir en silencio. Era lo único que podía hacer.

02 enero 2010

Soslayo

Me cayó su mirada de soslayo y sentí que me atravesaba hasta las plantas de los pies. Desnudo e inmóvil en la punta del colchón, me quedé frío. Así las cosas, el invierno prometía ser largo. No dijo nada. No era necesario, estaba todo dicho. Su cuerpo se había encargado de ello durante el acto. Recogí a tientas del suelo la cajetilla de tabaco. Con la primera calada se me calentaron los pulmones y me dio un retortijón. Se levantó, se puso el albornoz y desapareció por la puerta. Los tablones del pasillo crujieron a su paso y presté más atención de la habitual a ese sonido tan familiar. El de sus pasos. Podría identificarlo entre cien mil, pues fue lo primero que me llamó la atención en ella. Sabía que otros se fijaban en su culo o en sus tetas. A mí me gustaban sus ruidos. La caída del pelo sobre los hombros al deshacerse el recogido, los bostezos, el carraspeo, el chasquido cuando algo la disgustaba, el canturreo en la ducha, su risa, los gemidos cuando hacíamos el amor, el batir de palmas desacompasado, el cepillo de dientes contra el lavabo, sus dedos acariciando el teclado del ordenador. De la cocina me llegó el aroma a café. No sabía cuánto tiempo había estado ahí, quieto, pero me pareció una eternidad. Quería convertirme en estatua y quedarme para siempre en su alcoba. Una estatua silente y ciega, el único testigo de sus sonidos.

17 diciembre 2009

Nostalgia de escay

Recuerdo la modorra que entraba al viajar en los trenes de antaño. Mecido por el traqueteo del tren, arrullado por el chucuchú de la locomotora, te hundías en el asiento de escay desvencijado y mirabas el paisaje a través de la suciedad secular de las ventanillas. Daba tiempo, en aquellos trayectos, de fijarse en detalles del camino que acabarían perdiéndose para siempre en las vías del olvido. Los trenes de entonces no conocían la prisa, se adentraban tambaleantes en los oscuros túneles del tiempo, brindando al pasajero la oportunidad de vivir cualquier aventura. No se oían pip-pips ni conversaciones a voz en grito a través de artefactos demoniacos, sólo el sonido del viaje, el chirriar de las vías, el clan-clan de los pasos a nivel, el batir de una puerta en las curvas. En la soledad del viaje íntimo podías atreverte a ser tú mismo, al menos por unas horas, o dar rienda suelta sin culpa a la más tórrida de tus fantasías. Eras libre sabiendo, no obstante, que al apearte en tu estación de destino, todo habría sido un sueño.

11 diciembre 2009

EVA NOVOA

"Viajar es un privilegio para los sentidos. Entender otras maneras de hacer música enseña a estar receptivo, a mejorar lo aprendido y lo vivido. Hacer música es como viajar a muchos lugares intentando comunicar en lenguas distintas. Incluso el holandés de mi tierra de acogida, que encabeza la lista de los idiomas menos musicales, me está brindando una experiencia hermosa. Viajando comunicamos mejor. Si el lenguaje es la música, conectar me parece imprescindible. Hoy vuelvo a la WTF Jam Session. Es un placer poder tocar en este espacio que, por muchas razones, me resulta entrañable. Es un gusto estar acompañada, en esta ocasión, de Ernesto Aurignac al saxo, Masa Kamaguchi al contrabajo, y Joe Smith a la batería. No se puede pedir más… todo un lujo."
EVA NOVOA @ WTF Jam Session
LUNES 14 DICIEMBRE 2009 - 21:00 HORAS
Jamboree Jazz Club - Barcelona - Spain

23 noviembre 2009

La infancia

Mi infancia se truncó el día en que entendí lo que es el desamor. Tenía nueve años. Era un mes de agosto. Mi madre se había marchado a Madrid para pasar los últimos días con su padre que se moría de un cáncer fulminante. Atardecía en la playa y mi padre se acercó a una chica que estaba tomando el sol no muy lejos de donde estábamos nosotros. Mis dos hermanas, que eran pequeñitas, y yo fuimos detrás de él, como hacen los patitos con sus progenitores. Entonces papá le propuso plan para la noche a aquella chica. Ella contestó que no podía. Él insistió, que otro día, a lo que ella contestó que estaba ya comprometida. Él le dio un papel con algo anotado, por si cambiaba de opinión. Ella lo tomó y dijo que la podíamos acercar al pueblo, a Sant Pere Pescador. Fuimos todos en el coche. Las tres niñas íbamos en silencio. No recuerdo la conversación entre ellos. Me sentía mal. Veía a aquella mujer de melena castaña desde el asiento trasero, iba sentada en el lugar de mi mamá. Los días que siguieron fueron extraños. Papá a veces se iba por la noche. Un día la tendera del pueblo me avisó de que mi madre había llamado. No teníamos teléfono. Mi abuelo había muerto. Fui a casa, se lo comuniqué a papá, ni se inmutó. Mis hermanas no se enteraron. Al cabo de unos días llegó mamá. No se quitaba las gafas de sol, eran redondas, con una montura de pasta roja y cristal marrón. Estaba destrozada. Mi padre no la abrazó ni una sola vez para consolarla. Ella no paraba de llorar, se pasaba todo el día metida en su cuarto del que sólo salía para comer y cenar, pero casi no probaba bocado. Me sentía muy culpable por no decirle lo que había pasado y no sabía cómo consolarla, todo era horrible.
Pasaron veinte años más juntos. En ese tiempo él dio muestras de no quererla en repetidas ocasiones, pero ella seguía con él a pesar de todo. Siempre me pregunté cuánto duraría aquello y qué pasaría el día en que las tres hijas nos hubiéramos marchado de casa. Un día volvió a maltratarla emocionalmente, yo ya tenía veintiocho años y hacía ya unos cuantos que había huído. Entregué a mi madre todos los emails que él se estaba escribiendo con una mujer mucho más joven de la que se había enamorado. Lo negaba y le echaba la culpa a mi madre, acusándola de ser posesiva y estar paranoica. También le dije que pensara seriamente en cómo quería que fuera su cara de vieja, y si realmente pensaba que envejecer al lado de una persona como mi padre era una buena idea. Sólo se vive una vez. Tras cuatro años de infierno, por fin lo echó de casa. Tardó veinte años en hacer lo que debería haber hecho cuando yo tenía nueve. Aquella mala educación emocional ha tenido unas consecuencias desastrosas. Me queda el consuelo de que más vale tarde que nunca.

22 noviembre 2009

Moebius

Moebius (Jean Giraud), autor de cómic y del diseño de ´Alien´, ´Abyss´, ´Dune´, ´El quinto elemento´

Entrevista de Ima Sanchís para La Contra de La Vanguardia

71 años. Tengo dos vidas: dos hijos con la primera mujer y dos con la segunda. Soy de izquierdas. El conflicto político es signo de salud en la sociedad, significa que hay diversidad en este cuarto cerrado que es el planeta. Creo en un dios que se puede racionalizar, que está en todo

Escoja la viñeta de su infancia...
La soledad, y a través de ella, el descubrimiento del poder sin límites de la imaginación y de la observación de las cosas: una mosca, el agua, la hierba..., todo.
¿Y por qué esa soledad?
Mi infancia fue muy plácida, pero era hijo único de adultos que trabajaban y pasaba mucho tiempo solo. Descubrí el poder del dibujo muy precozmente, con cuatro años. Mi primera lectora fue mi abuela, una mujer sencilla y buena; fue tan entrañable su reacción que aquel primer halago fue la raíz de toda mi historia como dibujante.
Nuestra vida está trazada por pequeños acontecimientos...
Eso creo. El dibujo me abrió al mundo y a mi propio interior. Yo era muy introvertido. Crecí en los suburbios de París y aterrizar en la escuela de arte representó un cambio total. Tenía problemas para adaptarme y conquistar el reconocimiento de los otros jóvenes, cuyo estatus social era más elevado.
¿Tuvo que cambiar?
Sí, la manera de cortarme el pelo, de vestir. Era un cambio de clase social.
¿Y le gustó?
Estaba fascinado. En las casas de mis amigos había parquet y bonitos muebles. En casa era todo caótico y mis abuelos eran campesinos, preciosos, pero de otra manera: más espirituales que espectaculares.
¿No le decepcionó aquel nuevo mundo?
Sí y no. Comprobé que la clase modesta es más auténtica y afectiva, pero las formas son mejores en la clase adinerada. Y no se puede volver atrás, a los pocos meses la calidad estética se convierte en la norma.
Pero no sucumbió a ello.
Tengo dos aspectos como tengo dos firmas: una gran capacidad de bucear en mi interior y también una buena capacidad de comunicar; no me da miedo el otro.
¿Eso lo aprendió entonces?
Aprendí algo esencial que ha constituido mi filosofía de vida: el error, la imperfección, es lo que nos permite abrirnos para cambiar y conocer al otro, porque la fuerza (la intelectual, la física, la de seducción) cierra, levanta un velo y deja fuera al otro. Al fuerte sólo le salva un agujero en el velo. Los otros entran en nosotros como el agua, que nunca sube, siempre fluye hacia donde no hay impedimentos.
Usted es fuerte, hace y dice sin miedo.
Sí, porque la capacidad de comunicación da la fuerza. Pero aunque no sea el mismo de hace veinte años, la debilidad ha viajado conmigo, y tal vez ese es mi talento: aceptar la debilidad y la imperfección.
¿Qué más ha aprendido?
Estoy aprendiendo ahora la última lección, la de desaparecer físicamente pedazo a pedazo. Mi ojo izquierdo - tengo cataratas-es otro ojo, y tengo que vivir con ello. Y tal vez el año próximo sea el ojo derecho. Lo mismo ocurre con el pelo, los dientes, la fuerza… Espero mantener la capacidad de pensar y de hablar, pero es imposible saberlo.
...
Mi madre tiene 98 años y vive en un sueño impenetrable: la mirada perdida durante horas. Se ha convertido en otra. Pero eso es parte del aprendizaje; yo leí mucho a Castaneda y la búsqueda del guerrero espiritual.
¿Las pruebas de la vida?
Sí, todas esas batallas importantes: la del miedo, la del poder... La última es la batalla de guardar la conciencia intacta hasta el final. Y todavía no sé si es algo que depende de la voluntad o es un regalo genético.
¿Qué dice su madre?
Mi madre no es una guerrera consciente, fue una guerrera de la supervivencia, pero no tenía la conciencia de una bruja.
¿Usted sí?
Trato.
¿Qué ha conquistado?
Que usted esté aquí: cada pregunta suya es una victoria, el resultado de mi trabajo para conquistar el interés. Ser entrevistado es un privilegio que nadie conoce en la vida normal; es un requerimiento de autenticidad.
¿Cómo ha convivido con su arte?
He tenido la certeza de que mi dibujo era algo sin límites y único, un regalo que me ha dado la posibilidad de crecer, la conquista de algo interior, metafísico, mágico; pero, a la vez, todo ha sido muy confuso.
En su búsqueda de la magia interior, su estancia en México debió de ser importante.
Sí, descubrí la posibilidad de conquistar el éxtasis. Volar es la metáfora: elevarse al paraíso de los artistas. Y descubrí la marihuana como herramienta de conocimiento.
¿Por qué ha decidido dejarla?
A partir de cierta edad se convirtió en herramienta de confort, como los viejos en Marruecos que fuman porque ya no importa.
¿Qué le ha sorprendido en la vida?
Mi propia capacidad para percibir la belleza en el otro, en un paisaje, en el arte. Está en todas partes, pero es difícil abrir los ojos porque tenemos la necesidad de juzgar y de escoger: esto lo quiero y esto no lo quiero. En la comunicación percibimos de manera misteriosa sus distintos niveles, cosas buenas y malas; pero el nivel de la maravilla es algo que intento atesorar.
¿Qué quiere contar?
Me gusta mucho hacer cosas sin motivo y con confianza total en el inconsciente, porque creo que hay un ángel (otro nivel de conciencia) que habla a través de nosotros; pero la utilidad me hace perder las alas, así que todo lo que hago es inútil.
sábado, 21 de noviembre de 2009

"Si te entregas al inconsciente, un ángel habla a través de ti"
El hombre que vuela
Sus cambios de nombre, de Giraud a Gir y a Moebius, han cambiado la historia del cómic. "A finales de los 60 decidí cortar con la tradición seria del cómic para niños. Fue mi manera de hacer política. Moebius es la llave que me abre otra manera de ser". Ahora, este artista que no sólo ha participado en los diseños de películas míticas de ciencia ficción, sino que también ha sido la referencia visual para obras como Blade runner, sorprende publicando sus diarios personales narrados en forma de historietas. En Inside Moebius (Norma Editorial), que se presentó en la Fnac, conversa con sus yoes de diferentes edades y sus personajes sobre los avatares de su vida y, así, Moebius vuela de nuevo.